Por Ana Celia Pérez Jiménez
En la vida nos han enseñado a lidiar con tanto pero no mucho con el dolor, con la tristeza, con el sentido de pérdida, ese sentimiento tan natural, válido y humano.
Nos enseñan a ser felices y si no lo somos a pretender que lo somos o mostrar que estamos en su persecución o muy cerca de ella.
Nos recuerdan que siempre habrá alguien que dirá algo de nosotros, nos calificará de algo, formará el concepto de uno y dejan toda la relevancia e importancia al espectador, al de afuera, en lugar de ponernos en el centro de la misma experiencia y mostrarnos cómo digerir la emoción, el sentimiento, vivirlo y atravesarlo.
Y ahora que a momentos me embarga la tristeza, no sé cómo primero que todo aceptarla, dejarla ser y fluir, es como si una parte de mí me quiere convencerme o tener las palabras mágicas las cuales me saquen de ese estado y mi propio cuerpo quisiera bloquearlo y evitar a toda costa que me sienta triste, que me invada el llanto, descansar en dolor por un momento.
Y no está para más, está cambiando todo, el mundo, la sociedad, la familia, la vida, uno mismo y no estábamos listos, no estamos listos, no sé cuándo lo estaremos. Nos encontramos en pérdida de lo que fue y lo que es, de lo que es y lo que no sabemos imaginar que será, los que fueron y los que son. Sin embargo, corre el tiempo, los días, la vida, con nosotros y sin nosotros.
Tanto hemos adjuntado a nuestros estados naturales que pienso es la causa de tanta ansiedad y frustración. Una parte de nosotros que dejamos escondida y sin colores cuando no nos va mejor que a muchos, cuando nos ahogamos en tristeza y queremos que el mundo no lo observe, como si existiera vergüenza o pena de ser humanos, de sentir la no felicidad pero en la miseria y desolación seguimos teniendo sangre en las venas, colores en las pupilas, latidos en el corazón.
Debemos de dejar de buscar la perfección aprendida y dejar fluir nuestra humanidad y realidad a diestra y siniestra, porque sólo con la autenticación de nuestros sentimientos y emociones seremos libres, estaremos en paz, encontraremos tranquilidad y a nosotros mismos, como seres reales.
Pienso que la aceptación alberga la llave de todas las puertas, mata la falsa y agrandada expectativa y nos presente a nuestro verdadero ser si tenemos el valor de ver en los otros nuestro propio reflejo y el “yo” con el que debemos de comenzar de conjugar todo.