¿Qué quieres ser cuando seas grande? Pregunta sencilla que anima a una rápida respuesta, sin embargo, en el caso de hacerse realidad, implicará una cantidad innumerable de supuestos intermedios para alcanzarla.
Parece que hoy vemos a un niño que por fin se decide a crecer, sin saber bien a bien a dónde quiere llegar.
El jardín que habitamos es pequeño, apenas tres mil quinientas hectáreas en un viñedo mundial de millones y en el que una sola vinícola produce la mitad del vino que aquí se elabora. Somos un país grande con un consumo de vino marginal en el que una inmensa mayoría nunca en su vida ha probado ni probará una copa de vino y en el que unos cuatro millones de mexicanos cargamos con la inmensa responsabilidad de habernos bebido unas 66 millones de botellas durante el 2012, lo que eleva el consumo per cápita de quienes sí tomamos vino a rangos de entre 16 y 17 litros al año, situación que nos hace merecedores al bien ganado mote del “drink team” mexicano.
De aquel total, las dos terceras partes fueron importadas lo que habla del enorme potencial que los bodegueros mexicanos tienen frente a sí aunque el camino no sea fácil.
Nada más pensemos en que existen empresas, como la chilena Concha y Toro, productora del popular “Casillero del Diablo”, que produce más de veinte millones de botellas al año, equivalentes a toda la producción de vino en nuestro país y que compiten en el mercado nacional con precios difíciles de igualar debido a su enorme capacidad para abatir costos de todo tipo.
Por si este escenario no fuera suficientemente complicado habría que agregar que siendo un país con escasa cultura vinícola, el argumento principal de compra sigue siendo el precio, lo que convierte a México en un pequeño paraíso para el exportador de vinos ordinarios.
Tampoco podemos olvidar que somos un país francamente chelero: por cada litro de vino se venden cien de cerveza, sin lugar a dudas la bebida nacional. Aun frente a todas estas vicisitudes, el vino mexicano avanza y se va acomodando como puede en el gusto del mexicano no común ni corriente. Las estrategias para lograr la consolidación del vino como una seña de identidad cultural pueden ser muy variadas.
Escucho voces que parecen apostar por el elitismo empresarial: producir solo vinos Premium para un reducido mercado nacional y destinado fundamentalmente a la exportación. Me parece que no sería lo más recomendable. Picasso no empezó con Las Señoritas de Avignon. Para hacer una obra maestra con seis trazos hay que recorrer un largo camino.
Todos los países del mundo vinícola que cuentan con vinos excepcionales han empezado por construir su historia haciendo vinos para y desde el pueblo. En este cuento no hay varitas mágicas, solo el firme compromiso de contribuir a la educación gastronómica de los mexicanos a través de la industria del vino. Tengamos siempre presente que somos lo que comemos y bebemos. ¿Existirá un axioma más sabroso?