Votos de silencio

 

Por Guadalupe Rivemar
 
Crecí en la era de la comunicación. Desde muy joven escuché que los problemas en el mundo partían de la falta de comunicación. Los problemas entre países, entre parejas, entre padres e hijos, eran por falta de comunicación. Y decidí entonces que para llevar una vida feliz, yo que era más bien tímida y calladita, debía ser comunicadora. Y estudiaba la teoría de la comunicación. ¿Se acuerdan? Para que el proceso de transmitir un mensaje se cumpliera parecía tan simple como garantizar la existencia de un emisor y un receptor. En medio sucede todo. Y hay tantas variantes en el camino que hoy en día, cuestiono desde el fondo del alma, si en realidad la comunicación era, y sigue siendo el camino para que los seres humanos se entiendan entre sí. Me pregunto si ahora que sufrimos excesos en la cantidad de información que recibimos y expresamos, si es tanto lo que deseamos abarcar, si nos hemos ido al extremo, por qué no pensar en el silencio como el mejor aliado.
 
¿Hacia dónde voy? No sé. La otra tarde tuve una experiencia que me hizo reflexionar sobre la importancia de los silencios, sobre lo que hablamos y por qué lo hablamos, qué decimos y qué importancia tiene para nosotros o para los demás, y sí, regresé a la idea del silencio. Lo que pasó es que saludé a una persona y sin más, le empecé a soltar información –rollo- que posiblemente no le interesaba tanto como a mí, traté de ser simpática, no sé si lo logré, terminé de hablar y me despedí. Al dar la media vuelta, me di cuenta que mi interlocutor se había limitado a asentir con la cabeza y pensé en la importancia del silencio otra vez. Recordé algunos dichos sabios: “Se te va la fuerza por la boca”; o bien, “el pez por la boca muere”; o qué tal “en boca cerrada, no entran moscas” o “calladita te ves más bonita”. A veces uno dice lo que piensa sin que a nadie más le interese y soltamos frases sin sentido que sólo hacen ruido alrededor. Así que un poco apenada empecé a revisar mi forma de comunicarme y mis motivos. Qué ganamos con hablar y si aún pensamos en la comunicación como la solución a los conflictos de la vida, de los países, de las parejas y los hijos.
 
Qué pasa si mejor hacemos votos de silencio. Puede ser que en medio de tanto ruido, ahora el poder radique en el silencio y no en las palabras. Podríamos decidir escuchar a los demás y a nosotros mismos, en lugar de repetir –compulsivamente- nuestras mismas historias –¿ya se fijó usted que somos recurrentes en nuestros temas?- Qué tal cuando hablamos una y otra vez sobre nuestros problemas, y la gente alrededor, sólo voltea los ojos como diciendo: ¡Oooootra vez! Prometí entonces, (tratar de) ser más cuidadosa con las palabras que pronuncio, tener en mente siempre la filosofía de Tambor, el amigo de Bambi: “Si al hablar no has de agradar, será mejor callar” y darle cada vez más valor al silencio, al propio y al ajeno. No hablar por impulso. Este es sólo un intento de andar por otros caminos. Nunca alcanzaré la virtuosidad de los monjes que adoptan votos de silencio por el resto de sus vidas y se dedican a meditar o contemplar la naturaleza. Haré el experimento. Indagaré. Dicen que los silencios oxigenan, que los silencios crecen, que no son vacío. Dicen incluso que hay una fuente de donde brota el secreto de los silencios.