Por Héctor Fernando Guerrero Rodríguez
Hoy en día, es ampliamente sabido que una fruta podrida termina por podrir a las que están a su alrededor. Esto se debe principalmente a que las frutas cuando maduran empiezan a emitir un gas llamado etileno que al llegar a las demás, estas empiezan a acelerar su proceso de maduración llegando a la putrefacción de manera anticipada. La manzana es uno de los frutos que emiten etileno en mayor cantidad, de ahí el dicho que “una manzana podrida pudre a las demás”.
Una analogía de este fenómeno natural sucede muy a menudo en las empresas, en el que un integrante de un equipo o área de trabajo con una actitud inadecuada termina por influir al resto de las personas, afectando considerablemente al logro de los objetivos organizacionales. A este perfil de personas con conductas dañinas se les conoce como empleados tóxicos, y son muchas veces imperceptibles durante los procesos de contratación, y es hasta que se sienten afianzados que muestran su verdadera forma de operar.
Un empleado toxico suele tener ciertas conductas con sus compañeros que lo hacen identificable. Son por lo regular sumamente críticos de lo que sucede a su alrededor, parecería que nada les satisface. Pero también son poco propensos a hacerse responsables de sus propios resultados cuando estos no son los esperados, buscando por ende a quien culpar para justificar su bajo desempeño.
Tienden a sobre-dramatizar las situaciones del día a día, son identificados como poco confiables, ya que pueden aparentar que apoyan alguna decisión, pero a espaldas del equipo hay quienes llegan a sabotear el proyecto. Hay empleados tóxicos que pueden incluso a ser capaces de calumniar a algún compañero y esparcir rumores falsos con tal lograr alguna agenda oculta basada en intereses personales.
De acuerdo a la especialista en temas de capital humano Abby Curnow-Chavez, este tipo de personas son destructivas porque distraen de lo realmente importante, minan la autoridad de sus líderes y los valores de la empresa, degradan la cultura organizacional y definitivamente pueden incluso afectar la reputación de la compañía en general.
Una vez que la persona con la responsabilidad de liderar un equipo ha identificado a un integrante tóxico, el primer paso, como en la resolución de cualquier problema, es aceptar que se tiene un problema. Posteriormente, por medio de conversaciones individuales con el trabajador en cuestión tratar de entender la causa de la actitud negativa para poder resolverlo.
Pero si los esfuerzos por crear conciencia en el colaborador para que este recomponga su manera de actuar son insuficientes, la opción más sana para todas las partes involucradas es no tolerar conductas que mermen el desempeño y ánimo del equipo y cortar la relación laboral con el elemento inconveniente.
Anteriormente, un empleado tóxico impactaba en el peor de los casos únicamente a sus compañeros de departamento o equipo. Actualmente, con la rapidez con que fluye la información y la interacción cada vez más global, la toxicidad de un colaborador puede tener un impacto de mayores proporciones, por eso la importancia de estar atentos a estos signos y una vez detectados, actuar tan pronto como sea posible por el bien todos.