Por David Saúl Guakil
En nuestro país y en materia política siempre habrá lugar para las disidencias, para los debates, para saber y aceptar que no todos tienen que pensar como uno. Se puede o no estar de acuerdo con alguna agrupación o conjunto de partidos, se vale discutir y exponer los puntos que creemos se deben resolver de tal o cual manera. Podemos también analizar y expresar nuestras ideas a los cuatro vientos e inclusive protestar cuando vemos que las cosas toman un rumbo equivocado, según nuestro prisma de observación. Lo que no debemos hacer es crear un clima de violencia, nunca, mucho menos entre hermanos nacidos bajo este bendito cielo y una bandera que defenderemos hasta nuestros días finales.
Prohijar climas adversos contra aquellos que no piensan igual, puede llevarnos a un caos de consecuencias desgarradoras que nadie querrá contemplar. Todo comienza, casi en forma inocente o como “puntada graciosa”, o algún meme original que festejamos al principio, pero que luego lo hacen crecer con mala intención, hasta crear un clima de desacuerdo con enfrentamiento, elevar la tensión y expresar un odio que asusta a quienes somos pacíficos y estamos en la búsqueda de proponer ideas positivas, reales y sustentables. Hay grupos que empiezan a revolver problemas del pasado, para solucionar cosas futuras, sin darse cuenta que este tipo de acciones, sin el menor análisis ni objetividad, nos encuentran mirando hacia atrás, en lugar de estar proponiendo para lo que viene, craso error.
Es necesario conocer de dónde provienen las dificultades más agudas del país y quiénes son los responsables de dejarnos esa mala herencia, y en su caso, que paguen por tanto desatino, por dejar crecer la violencia e instalarla como parte de nuestra vida cotidiana, por actos económicos escandalosamente vandálicos para México y tan reñidos con la moral, con un daño enorme, que al final de cuentas, se los hacen al país, a la patria misma.
Pero este propósito, o tarea pendiente que acabo de expresar, no debe ponerse delante de nuestros ojos y ser un obstáculo para avanzar juntos en proyectos definidos y mejorados por la propia experiencia, mala o buena que nos dieron los años, por la enseñanza que nos dejan las pésimas administraciones que van pasando con el correr del tiempo, que poco y nada resolvieron el problema de la gente más necesitada, de la delincuencia que amenaza –y algunos casos cumple-, destruyendo negocios y familias enteras e indefensas, de la falta de crecimiento con desarrollo ordenado, de brindar protección y paz a las personas y su entorno, para que éstas vivan sin tanta precaución a cuesta, sin tanto temor a que destrocen sus derechos, bien ganados, de aquellos ciudadanos que aportan lo mejor de ellos para el progreso de una ciudad, de un país.
Vivimos en democracia, esto es indiscutible, aprovechemos pues este momento histórico para que cada quien pregone sus ideas y apoye a quien más le convenza, pero todo en un marco de franca competencia, sin atisbos ni amagues de violencia en ninguna de sus formas; ni verbal, ni física y mucho menos provocada o insinuada bajo un manto de aparente inocencia o de amor y paz artificial.