Un cierto desasosiego

Por Daniel Salinas Basave 

Un cierto desasosiego es lo que sientes cuando pasas largos minutos leyendo cuentos portugueses en la antesala de un laboratorio aguardando a que te saquen sangre. ¿Quieren una cruel imagen de la cuesta de enero? No es tan solo la prototípica estampa de los glotones inscribiéndose al gym, sino la de la larga fila de pacientes que esperan turno para hacerse análisis.

En laboratorios Certus debes sacar numerito como en carnicería y aguardar de pie, pues todas las sillas están ocupadas. Leo el cuento La caída de un ángel de Afonso Cruz (Af, así, sin L). Una mujer mayor va descendiendo por unos círculos infernales hechos de pura sustancia de duermevela. Narra que frente a su casa vivía un señor que se apellidaba Persona, pero que tenía dificultad en ser solo una persona (que si lo conoceré a ese tal poeta de nombre Fernando, Ricardo, Bernardo, Alberto…). La señora (alerta de spoiler) acaba saltado de un séptimo piso. Yo sigo aguardando mi turno y no me es dado saltar a ninguna parte.

En las filas y salas de espera suelo llevar libros de cuentos como compañeros. Los leo en riguroso desorden. Sigo con Goncalo M. Tavares y su fotográfica historia del vampiro del Belgrado. He venido al laboratorio por mi propio pie. Nadie me ha mandado. Voy a poner a alguien a leer el hermético lenguaje de mi sangre. Bueno, hermético para mí, que no sé descifrar sus mensajes. Para un laboratorista ese lenguaje es lo más ordinario del mundo y lo que mi sangre tiene que decirle o gritarle está clarísimo. Pura vil y predecible rutina de alguien que no se ha cuidado en lo absoluto. Un hombre que hace mucho dejó atrás la juventud y a quien le gusta comer bien y beber con mucha más frecuencia de lo que un hígado soporta. No, no soy ni he sido nunca un ejemplo de hábitos saludables.   

Por fin llega mi turno. Le digo a la empleada del laboratorio encargada de picarme que tal vez encuentre un poco de sangre en el whisky y que tal vez el Jack Daniels que llenará la jeringa saldrá un poco rojizo. Hay un cierto desasosiego al sentir la liga presionando tu vena, al mirar a la enfermera destapar la aguja, al ver emerger el rojo fluido llenando el frasquito. Ahí está la sangre, lista para narrar derrumbes y catástrofes apocalípticas. Dos cuentos lusitanos después, todo ha concluido. 

PD- A mi edad y condición, a mi sangre le da por narrar historias de horror y en sus glóbulos están escritas unas cuantas sentencias que podrán ser fatales, aunque al final todo el desbarrancadero resulta por demás predecible. Las huellas de ciertos excesos están ahí, pero aún no acierto a saber si sobre mi cuello se ha posado la espada del abismal ángel de la condena. Claro, condenado estoy, como todos lo estamos, pero hasta ahora ha salido barato. Por herencia queda el desasosiego y tantísimos cuentos para ser leídos y otros tantos aguardando impacientes el siempre postergado momento en que de una buena vez me decida a escribirlos.