Por David Saúl Guakil
En estos días y en casi todo México, estamos envueltos en los temas de la Ley de Seguridad Interior, las complicadas negociaciones del mentado TLCAN, el aumento de algunos servicios públicos, más la gasolina, el gas y el costo de vida que tiende a subir por la propia inercia inflacionaria. Pero uno de los hechos que nos mantiene más alerta es el desarrollo de las ahora llamadas precampañas políticas donde los propios partidos despliegan sus mejores armas de convencimiento para que la población se incline por uno u otro color partidista, sus argumentos o plataformas electorales.
Todos los candidatos en esta contienda tendrán el derecho de exponer sus ideas de la manera que deseen, aun destacando y criticando debilidades o fallas de los otros contendientes, lo que no se debe hacer -pues el genérico política ya está demasiado desgastado para los ciudadanos, que cada día creen menos en ella-, es denostar, ofender o acusar sin prueba alguna a otros candidatos o partidos por el sólo hecho de ganar votantes sin importar que esas ofensas lleguen hasta los familiares más cercanos de sus adversarios políticos, enlodando nombres y en algunos casos, carreras profesionales de comprobada trayectoria, o trabajos realizados en bien de la comunidad.
Cada elección nos servirá como lección y más allá de este juego de palabras, debemos aprender a comportarnos bien en la lucha por conseguir puestos que representen a la gente con dignidad y haciéndonos eco de todas las necesidades que ellos transmiten en campaña a sus candidatos, ni olvido ni descuido, todos los participantes en contiendas de elección popular deben responder con hechos todo lo prometido, o dicho, en campaña si resultaran electos, más allá de especulaciones partidistas o conveniencias particulares.
Uno de los problemas más graves que hemos vivimos en los últimos años en México es la incongruencia y grieta abismal que guardan los discursos con los hechos, pocas veces se cumple lo que se promete y esto hartó al ciudadano de a pie, que ve transcurrir sus días entre trabajo -cuando lo tiene- y angustias por el sustento diario, por un lado, mientras que por el otro, observa como la acumulación de la riqueza se concentra en unos pocos -el uno por ciento de la población total de nuestro país- y la masa de pobres sigue en aumento.
En lo dicho, debemos cuidar el lenguaje político en estas precampañas y las ‘formales’ que se avecinan, mantener un buen nivel de comunicación, conducirnos con corrección y no caer en el facilismo discursivo de insultos y provocaciones innecesarias con tal de pretender quedar bien con el electorado. Hoy, las cosas son distintas, el ciudadano espera que se le hable más del “cómo” que del “qué”, porque éste último ya lo conoce de sobra, la inmediatez comunicativa ya ganó las calles y el público tiene acceso a ella, por lo que deduce con mayor facilidad qué se puede prometer y qué no, aunque muchos sigan utilizando esquemas de décadas pasadas para tratar de ganarse la confianza de las personas.
Intentemos entonces, comunicar nuestras propuestas con la mira puesta en la gente que confía en determinado aspirante o partido, no tanto en empeñarse cómo destruir adversarios, sino exponiendo lo mejor de nuestras intenciones y transmitiendo la posible viabilidad de lo que se está prometiendo, seguramente lo van a agradecer las generaciones pasadas, cansadas de promesas incumplidas, la juventud participativa y exigente de hoy, más las que hoy no pasan de la adolescencia y en un rato serán activos en el quehacer social de nuestro México.