Por Dianeth Pérez Arreola
La primera vez que vimos a Ramón pensamos que era el maestro de nuestra primera clase en la universidad. Ya estaba canoso, podría ser el padre de alguno de nosotros y descubrimos con sorpresa que sería nuestro compañero de clases. Trabajaba en el departamento de Tecnología Audiovisual de la propia universidad y estaba muy motivado para iniciar la carrera en Ciencias de la Comunicación.
De sobra está decir que Ramón se tomaba las clases muy en serio. Mientras algunos preferíamos las fiestas y dejarlo todo al último, él siempre cumplía con todo en tiempo y forma. Cuando a algún maestro se le olvidaba que nos había encargado algún trabajo, Ramón se encargaba de recordárselo mientras parte del grupo miraba al cielo con frustración.
La única vez que pudimos agarrar en curva a Ramón fue cuando algún experimento capilar no salió del todo bien y llegó con sus canas color morado a la escuela. De poco le valió llegar renegando con la esperanza de que no le dieran mucha carrilla, pero por supuesto fue en vano.
Ramón, desde la ventajosa posición que le daba la experiencia de sus años, veía como algunas de sus compañeras desperdiciábamos el tiempo con novios que no valían la pena y como algunos de los compañeros no ponían la menor atención ni entusiasmo a sus estudios. Varias veces intentó Ramón disuadir a unas y otros a pensar mejor las cosas, pero como dice el dicho, nadie experimenta en cabeza ajena. Muchos recordamos a Ramón con las manos en la cintura y negando con la cabeza; debió ser muy frustrante ver nuestro comportamiento kamikaze, y aunque trató de hacernos sensatos, las lecciones no se aprenden hasta que nos enfrentamos a las consecuencias de nuestros actos.
Ramón fue muy buen estudiante, muy buen compañero y hasta un padre adoptivo para su grupo de amigos de la universidad. En la graduación, sus compañeros de Tecnología Audiovisual destacaron su presencia en el escenario del teatro con luces y sonido al subir a recibir su certificado. Todos se lo comentamos al terminar la ceremonia, pero Ramón ni cuenta se dio.
Años después de egresar, Marcela, una compañera que había abandonado y años después retomado sus estudios, contó “tengo que ver a Don Ramón y pedirle perdón. Yo era el Don Ramón de mi clase cuando regresé a la universidad; yo les recordaba la tarea a los maestros, ya vi cómo es estar entre gente joven que no toma las cosas en serio”.
Hace algunos años hicimos una reunión de egresados de la universidad para volver a vernos. Me dio mucho gusto ver a Ramón, hablar con él, que viera que nos habíamos convertido en gente madura y responsable.
Ramón falleció de cáncer en abril. La noticia nos sorprendió a todos y en las redes sociales empezamos a recordarlo y a revivir anécdotas de nuestros tiempos en la universidad. Ahora recuerdo con un gusto extra aquella fiesta donde volvimos a vernos y que sin saberlo se convertiría en una despedida. Descansa en paz Ramón, tu recuerdo seguirá vivo en nosotros.