Princesa de Asturias para Murakami

Por Daniel Salinas Basave

Este miércoles se anunció que el premio Princesa de Asturias de las Letras, uno de los galardones más prestigiados del mundo, será para el narrador japonés Haruki Murakami.

Este amante del jazz y los gatos es un romántico incurable y aún con ese a veces delirante surrealismo apocalíptico a cuestas, al final del camino siempre, o casi siempre, nos acaba contando historias de amor. Chicas extrañas, huidizas, que desaparecen en circunstancias inexplicables o se sumergen en las tinieblas de profundos desvaríos mentales.

Sputnik mi amor, Tokio Blues o Al Sur de la frontera al Oeste del Sol están hermanadas por el mismo néctar narrativo y una similar tendencia argumental. Nostalgia por raros amores, obsesiones que perduran a través del tiempo, desapariciones y una aleatoriedad caprichosa jugando con la existencia.

Uno de los puntos más fuertes de Haruki Murakami son sin duda sus personajes femeninos. Al igual que a las chicas Almodóvar, a las chicas Murakami les suele faltar un tornillo. Los animales, el jazz, la cotidiana realidad que en un de repente se emborracha con gotitas de fantasía dicen presente en casi todas las narraciones.

Pero cuando creí que su universo se limitaba a chicas tocadas e incurables enamorados, llegó Kafka en la Orilla, donde la fantasía irrumpe de golpe y sin pedir permiso, tan de repente, que uno acaba por tomarse lo imposible como ordinario. ¿Gatos que hablan? ¿Tormentas de peces? ¿Un Joven Llamado Cuervo? ¿Una flauta elaborada con almas felinas? Muchísima fantasía que entra en la lectura como cuchillo en mantequilla.

Tal vez por los antecedentes de Akutugawa y Kawabata y (acepto que fui muy iluso) por relacionar el apellido del autor con la enigmática Señora Murakami de Mario Bellatín creí hace muchos años (empecé a leerlo en 2002) que encontraría en Murakami un autor japonés complicado, denso, oscuro o acaso exótico. Nada más alejado de la realidad.

Si hablamos de escritura apolínea, el non plus ultra bien podría ser su libro De qué hablo cuando hablo de escribir. Con su riquísima imaginación y con las elevadas dosis de fantasía que pueblan su vasto mundo interior, el nipón te dice que la escritura es disciplina, constancia, abnegada talacha y compara la creación de una novela con correr un maratón. De hecho Murakami te dice abiertamente que el escritor debe hacer ejercicio y mantenerse en forma e incluso se permite afirmar que un escritor que engorda está jodido. Lo de Murakami, japonés al fin, se parece más a las lecciones de Mister Miyagi en Karate Kid.

Antes de ser narrador, Murakami regenteaba un club de jazz y su incurable melomanía ya no es un secreto para nadie. Después de todo, en Tokio Blues la historia se desencadena cuando el protagonista escucha en un avión la tonada de una vieja canción, Norweigan Wood de los Beatles. De hecho, si quieren una receta, les diré que disfruto inmensamente leyendo a Murakami con música de fondo, aunque en vez de los Beatles me inclino por el clásico My Woman from Tokyo de los legendarios Deep Purple. Por alguna razón, mentalmente he transformado a esa canción en el sound track de sus novelas.