Pedro Juan dialoga con su sombra

Por Daniel Salinas Basave  

No son pocos los colegas que han escrito libros sobre lo que para ellos es el arte, la técnica o el grandísimo misterio de la escritura. Son tantas las obras existentes, que a estas alturas podrían ser un género literario en sí mismo. Libros donde el escritor nos invita a su cocina y nos comparte sus recetas secretas o las claves ocultas de su sazón.

Pues bien, dentro de las muy diversas creaciones que sobre el tema he leído, creo que Diálogo con mi sombra de Pedro Juan Gutiérrez es la más abierta y descaradamente dionisiaca con que me he topado. La escritura vista como un arrebato irrefrenable, una suerte de posesión casi demoniaca. Si hablamos de escritura apolínea, el non plus ultra bien podría ser el De qué hablo cuando hablo de escribir de Haruki Murakami.

Con su riquísima imaginación y con las elevadas dosis de fantasía que pueblan su vasto mundo interior, el nipón te dice que la escritura es disciplina, constancia, abnegada talacha y compara la creación de una novela con correr un maratón. De hecho Murakami te dice abiertamente que el escritor debe hacer ejercicio y mantenerse en forma e incluso se permite afirmar que un escritor que engorda está perdido. Lo de Murakami, japonés al fin, se parece más a las lecciones de Mister Miyagi en Karate Kid.

Pedro Juan, en cambio, te hace ver que la escritura es un desdoblamiento interior, el surgimiento de una extraña otredad dentro de ti. Tan es así, que Diálogo con mi sombra está estructurado como una ficticia entrevista en donde Pedro Juan, el demiurgo o baudeleriana tercera persona creativa, entrevista a Pedro Juan Gutiérrez, el médium que escribe y firma los textos.

El matancero y su Doppelgänger me confirman algo que desde hace un buen rato sospecho y acabé plasmando en el prefacio de Daxdalia: Escribir es ser otro. Hay una suerte de esquizofrenia en el vicio escritural. Son muchas las voces yacientes en la cueva del subconsciente. El escritor es una infinita matrioska.

Coincido en muchísimas cosas con Pedro Juan. La primera y sin duda la más obvia, es que el periodismo es la mejor escuela posible para aprender a narrar. La segunda, es que él como yo detestamos la modita de la corrección política, el progresismo biempensante y toda esta imbecilización que traen consigo los defensores de la nueva moral puritana. Pero lo que sin duda más me sorprende, es lo que el cubano afirma sobre el constante e invisible trabajo del subconsciente en la escritura. El subconsciente como un horno oculto en donde por años incuban y se cocinan en silencio ideas que en un de repente irrumpen a superficie.

En el subconsciente no se manda. Por más disciplinado que seas o intentes ser, debes admitir que hay demonios o espíritus chocarreros jalándote las patas y controlando esta canija manía de incurrir en un desbarrancadero de palabras para narrarle una terca obsesión a alguien que no conoces.

Yo mismo entro a menudo en conflicto entre lo apolíneo y lo dionisiaco. La vida me ha demostrado que si de verdad quieres llevar a buen puerto una creación literaria, entonces debes tener espíritu de obrero y ser un trabajador sobrio y constante que escribe con café a temprana hora de la mañana. Sin embargo, toda la disciplina y la constancia del mundo no te servirán si adentro no traes a ese canijo diablo que te dicta las historias. Cierto, sin disciplina y carta de navegación estás perdido, pero es innegable que hay una elevada dosis de embrujo en estos menesteres.