Decir que el futuro nos alcanzó con los avances de la tecnología y los cambios que ésta genera en nuestra forma de comunicarnos, hoy en día, no es novedad.
Hemos integrado a nuestra vida una serie de artefactos que mi generación veía en las películas de ficción tipo “Star Trek” donde los personajes intercambiaban información en tiempo real y podían ver su imagen en un monitor, cuando aún no existían a nuestro alrededor los teléfonos digitales. Entonces asumíamos aquellas como excentricidades producto de la mente de un escritor y nunca como la antesala de un futuro posible. Los jóvenes de hoy utilizan el Skype para hablar y verse; la voz no es suficiente, se ven, no solo uno al otro, también se asoman a al ambiente que rodea a la persona, son testigos de su inmediatez.
El caso de esta reflexión viene a propósito no de aquello que ya nos mantiene enajenados y nos hace vivir a un ritmo vertiginoso en el mundo de lo instantáneo y de lo efímero, sino de lo que se asoma y tiene que ver con las realidades virtuales, alteradas, aumentadas e inmersivas de las cuales naturalmente desconfío como quizá desconfiaba el mismo Charles Chaplin al realizar una película como “Los Tiempos Modernos”, donde advierte en los albores de la era industrial, sobre el desplazamiento y sustitución del hombre por la máquina.
El cine nos ha presentado apocalípticos espejos de lo que podría suceder si la tecnología cae en manos de científicos (o políticos) desquiciados cuyo sueño es la creación de una sociedad a la cual puedan controlar; tal como nos enseña Orwell en su novela “1984”, detrás de la pantalla que creemos controlar, en realidad hay un gran controlador que tiene acceso a todos los detalles de nuestra existencia haciéndonos vulnerables.
Pero en esto de las realidades virtuales, aumentadas e inmersivas que nos permiten adentraros en un viaje imposible en la realidad pero posible gracias a la tecnología que nos adentra visualmente a la vida molecular, por ejemplo, o nos permite ver y deslizarnos y explorar otros espacios físicos a través de la trampa de la imagen, viene a mi mente otro filme y les quiero recomendar que se llama “El Hombre que Tenia Ojos de Rayos X” (1963) y nos presenta a un científico obsesionado con esta idea de ver más allá de lo que nuestra limitada vista normal nos permite y de por sí, es maravilloso. Nuestro personaje experimenta en sí mismo y su experimento se sale de control, cuando es capaz de ver primero a través de los objetos, de la piel y avanza en su visión hasta el límite del mundo y más allá, donde un gran ojo puede verlo todo, y lo confronta con su ambición y lo moralmente permitido. Ya fuera de control, el hombre es cuestionado por un párroco y en su desesperación, decide arrancarse los ojos.
No es mala idea pensar en cómo hacer más humana y menos artificial la sociedad del futuro para que el monstruo de la tecnología no se vuelva como ocurre en muchas películas, contra nosotros mismos.