Por Daniel Salinas Basave
¿Se puede seguir hablando actualmente de narrativa norteña como una suerte de denominación de origen? ¿Existe acaso un canon regional o un arroyo común del que abreven los jóvenes escritores?
Creo que mi generación (los nacidos en los setenta) somos descendientes directos de la generación de narradores que irrumpió con fuerza en el panorama nacional a mediados o finales de los 90. Me refiero a Élmer Mendoza, Daniel Sada (los dos mayores, nacidos a finales de los cuarenta y principios de los cincuenta), Luis Humberto Crosthwaite, David Toscana y Eduardo Antonio Parra (que son nacidos a principios de los sesenta). Creo que todos abrevamos de su arroyo en algún momento y de alguna manera.
Hubo exponentes más precoces como fue el caso de Rafa Saavedra y Heriberto Yépez aquí en Tijuana, o el grupo Coahuila que ya hacían mucho ruido en la primera década del milenio y bueno, ahora tenemos un panorama de lo más diverso y variopinto en donde hay de dulce, chile y de manteca. Creo que el factor novedad de la narrativa norteña se perdió. No somos ni seremos vanguardia ni avanzada, pero existimos y seguimos en pie, pese a la cruz del estereotipo y el cliché. Nos ha hecho muchísimo daño el que se equipare al Norte con narco y creo que ese tema está sufriendo un natural agotamiento después de una sobreexplotación. Salvo por la migración, las fronteras y la multiculturalidad, me queda claro que el Zeitgeist de la época no está aquí en este momento.
Cuando hablamos de influencias e inspiraciones a la hora de la creación literaria yo no niego la cruz de mi parroquia: mi territorio narrativo es Baja California. Vaya, creo que si no hubiera sido reportero en las calles de Tijuana, yo sería un escritor muy distinto o tal vez ni siquiera sería escritor. El entorno social y geográfico ha sido determinante en temas y personajes.
Sí, soy norteño y aunque no soy quién para hablar a nombre de mi generación, creo que sigue habiendo una fuerte carga regionalista en mucha de la narrativa de ficción que se escribe por estos rumbos y no solamente me refiero a libros publicados. Por ejemplo, me ha tocado varias veces ser jurado en el Concurso del Libro Sonorense, en el premio Frontera de Palabras o el premio de cuento La Paz y las tramas de la mayoría de los participantes (la mayoría de ellos jóvenes) tienen al Norte como escenario y a su jerga como lenguaje dominante.
Los temas son muy diversos pero creo que la innegable obviedad es que a todos nos hermana y nos ha hermanado la violencia. Aunque no sea la columna vertebral de tu libro, creo que es imposible sustraerte o escribir de espaldas a ella. Claro, hay temas como la paternidad, el desarraigo, la carga de la herencia familiar, la identidad sexual o la equidad de género que han sido tratados con maestría. Tal vez en el presente o en el futuro inmediato el tema ineludible sea la pandemia, aunque tampoco estoy tan seguro: la gripe española mató a más de 50 millones de personas en 1918 y no inspiró ninguna obra literaria trascendente que sigamos leyendo a la fecha. En cualquier caso, algo está naciendo o está por nacer y tengo mucha curiosidad por saber cómo se narrará esta época cuando haya algunos años de por medio y se le pueda dimensionar con calma y sin apasionamientos.