Por Guadalupe Rivemar Valle
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Entrar al estudio de un artista es como entrar a un recinto sagrado. Las obras, las creaciones, producto de un largo proceso de gestación, están ahí colocadas como al azar, recargadas en las paredes, a veces apiladas una sobre otra, en el piso, en los techos incluso. El color y las formas, el brillo, o la oscuridad, las secuencias o las rupturas. Figuras o abstracciones. Todo un universo de emociones, están ahí en las obras, como pequeños (o grandes) tesoros. El taller-estudio-galería de Aida Valencia está en movimiento.
Motus (del Latin movimiento) es el título de la exposición que prepara Aida para una gran muestra que abre el 11 de noviembre en la Galería de la Ciudad. Las obras invaden los rincones de su taller, donde se dedica básicamente a crear obras con la técnica del mosaico veneciano; la diferencia es que ahora todas las obras que elabora se mueven. Pueden ser arboles rodantes, o rehiletes de colores brillantes y distintos tamaños que giran al accionar una manija. Hay que actuar, dice Aida: “sentí el impuso de hacer algo nuevo, distinto y que no fuera estático, que realmente se moviera y nos invitara a la acción de alguna manera porque todos necesitamos un impulso, una motivación un viento que nos haga avanzar.”
Nos recibe al centro la pieza que ilustra la invitación, es un Ave Fénix, la metáfora perfecta del renacimiento, el resurgir de las cenizas. Está instalada en una base redonda donde la hoja de oro que la recubre nos hace sentir que estamos frente a una joya, la artista comenta el oro es la iluminación del alma. En medio de la pieza, vemos una hermosa pieza de cuarzo, como generador de energía, con sus transparencias y su pureza; a los lados las grandes alas son piezas de un cardo, un órgano del desierto. Una pieza que actúa como metáfora personal o urbana: todos resurgimos, como la ciudad misma que a veces sentimos perdida y de pronto, cobra nuevos ímpetus.
Los árboles rodantes son maravillosos. Son sauces llorones y recordamos: había muchos en el cauce del rio, en lo que era la colonia de los periodistas, ahí había sauces llorones, pero con la canalización, los sauces también tuvieron que emigrar y saltan en uno y otro lugar, buscando su nuevo espacio. Hay también escultura con material de reciclaje, un gran móvil, está a medio armar, empalmado el aluminio de latas de Tecate. Las obras de Aida por siempre me han seducido. Tiene una obra escultórica figurativa que ha ganado varios premios, con la técnica del mosaico. Pero mis favoritas son sus abstracciones. Su materia prima aparte del mosaico, es sumamente rica en texturas y colores: onyx, cuarzos, cobre, semillas, vidrio reciclado y otros metales. Recargado en una pared, encuentro una obra bellista, en una especia de circulo blanco con rayos que terminan en círculos más pequeños y me explica: la figura es la representación de una Custodia, como la que se utiliza en la misa a la hora del Santísimo Sacramento, el circulo es la hostia, el cuerpo cristico, es el centro de todo. Los remates a los extremos tienen diferentes colores: negro, rojo azul, y cada uno inspira una emoción o un sentimiento diferente. Lo divino y lo terrenal, estan unidos en Aida Valencia, quien se expresa con convicción, camina, avanza, explica sus piezas que van interactuando unas con otras, ella misma juega, interactúa y se desliza, y brilla como sus propias obras. Aida Valencia esta movimiento.
*La autora es promotora cultural, directora de la Sala Raúl Anguiano