Por Daniel Salinas Basave
En Baja California miramos con tiempo la tempestad y no nos arrodillamos. Vimos las barbas de nuestro vecino californiano cortar y nunca pusimos las nuestras a remojar. Los resultados de la irresponsable tardanza están a la vista. En un abrir y cerrar de ojos, en Baja California llegamos a 50 fallecimientos a causa del Covid-19 y casi 500 casos confirmados, sin contar a los que “extrañamente” fallecen víctimas de la neumonía atípica. Somos ya el segundo estado en México con más defunciones, aunque si tomamos proporcionalmente la población, se podría decir que somos el primero.
¿Es sorprende esta situación? Duele decirlo, pero no. En Baja California tuvimos avisos inquietantes de lo que podría suceder, pero nos negamos a tomar acciones contundentes. Con brutal franqueza, no se puede decir que la pandemia nos agarre desprevenidos o que no la hayamos visto venir. Hubo señales suficientes de alerta como para haber podido anticiparnos, pero apostamos por dejar que las cosas sucedieran, esperar a ver qué pasa, ceder al mexicanísimo “ya Dios dirá”.
Desde hace un mes se veía una preocupante tendencia a la alza en el sur de California. La reacción de las autoridades fue tibia, muy forzada, casi como no queriendo. Un parámetro es el fin de semana del 13 al 15 de marzo. Fue en ese momento cuando en mi familia decidimos encerrarnos y empezar en serio nuestra cuarentena. El 14 de marzo yo debía viajar a Monterrey para presentar mi libro El Samurái de la Gráflex en el festival UANLeer, pero por primera vez en mi vida tomé la difícil decisión de cancelar mi participación en un evento literario y no viajar. La pandemia ya estaba aquí, en California se ordenaba una reclusión estricta, pero estos rumbos la mayoría actuaba como si no pasara nada. Fue un fin de semana de muchos eventos y fiestas (la del infortunado Memuz entre ellas) mientras la agenda política seguía su curso. El gobernador Jaime Bonilla seguía convocando a la gente a sus jornadas por la paz mientras en Oaxaca el presidente López repartía besos y abrazos.
Las semanas transcurrían y en Baja California seguíamos sin reaccionar. Las calles estaban llenas, la gente se congregaba en la playa y las acciones de la autoridad eran tibias, ambiguas, al nivel de la recomendación, como un llamado a misa. Todavía hace un par de días, el bar que está cerca de nuestra casa seguía funcionando tan quitado de la pena, con sus mesas siempre llenas de su habitual clientela estadounidense. Lo clausuraron hasta el 12 de abril, cuando ya había inquietantes noticias y suficientes historias de horror sobre lo que ocurre en el Hospital General y en la Clínica 20. Como ese debe haber muchos más ejemplos.
Parece ser que en Baja California estamos demasiado acostumbrados a vivir en el desbarrancadero y ni siquiera la evidencia de la fatalidad nos inhibe. Estamos reaccionando sobre la marcha y parece ser que la Pandemia nos saca muchas zancadas de ventaja en esta carrera. Cuando nosotros apenas vamos, el virus ya dio dos vueltas. Quisiera estar equivocado, pero parece que lo peor está apenas por venir.