Por Daniel Salinas Basave
Mi México ideal es ante todo un país de leyes e instituciones firmes y autónomas que enaltece la pluralidad e impulsa la organización ciudadana independiente; un país con más sociedad y menos gobierno, donde haya una clarísima división de poderes y donde el ejercicio gubernamental sea horizontal, no vertical y autoritario; un país donde la institución y la ley están por encima de los caprichos de un caudillo.
Sueño con un México radicalmente laico en donde se enaltezca y priorice a la ciencia, la educación, la cultura y el cuidado del medio ambiente. Un México donde al crimen se le combata con la fuerza de la ley y de las armas, no con la burda complicidad y la tolerancia.
Quiero un México abierto al mundo contemporáneo, capaz de absorber lo mejor de otras culturas, receptivo a la adopción de nuevas ideas y no inmerso en un vicioso círculo en donde tropezar con la misma anacrónica piedra sea ritual de lo habitual. Una tierra en donde haya un pleno respeto a las libertades individuales y en donde se impulse y no se combata la generación de desarrollo y riqueza.
Quiero un gobierno abierto a la crítica y a la divergencia, capaz de entender que la libertad de expresión debe vivirse y ejercerse a plenitud y que el papel del buen periodismo será siempre cuestionar, dudar y arrojar luz en donde hay opacidad. No quiero un gobierno promotor del sectarismo, la división, el resentimiento y el revanchismo como políticas públicas.
Cierto, de utopías está lleno el mundo, pero creo que ese país ideal lo construimos cada día millones de ciudadanos. De nosotros depende seguirlo construyendo. Salgamos a votar este domingo.
Voté por vez primera en 1994 y desde entonces nunca he dejado de hacerlo. Sea en Nuevo León o en Baja California, desde hace 27 años he ejercido mi derecho al sufragio y este 2021 no será la excepción.
De acuerdo, en muchísimas ocasiones he votado en forma utilitaria por la menos pestilente de las opciones y lo he hecho muerto de asco, con la nariz tapada, pero en cualquier caso siempre me ha parecido más digno votar que abstenerme. La peor decisión posible es no votar y el peor escenario de todos, rayano en la pesadilla, es que en el futuro inmediato ni siquiera podamos votar libremente por haber retornado a la democracia de pantomima, como sucedía antes de la profesionalización del árbitro electoral, cuando Gobernación ejercía como juez y parte.
Por eso es tan importante salir a sufragar este 6 de junio, porque no podemos perder de vista que esta puede ser la nuestra última elección libre con un arbitraje certificado e imparcial, propio de una democracia civilizada. De nosotros depende que el próximo proceso no sea una farsa bananera con el mismo nivel de seriedad que la consulta por el aeropuerto. Salgan a votar colegas. Que no les gane la apatía. A votar bien tempranito y a demostrar que nos importa nuestra democracia.
Por lo que respecta a este 6 de junio yo no tengo ni he tenido nunca dudas: mi voto, al igual que en 2018, será contra de los candidatos morenistas. Aquí no hay titubeos, medias tintas ni relativismos. De acuerdo, me parecen patéticas, rayanas en lo impresentable, la mayoría de las alternativas ofrecidas por la “oposición” en Baja California, pero peor me parece quedarme cruzado de brazos viendo cómo mi país se sumerge en un pozo de autoritarismo, regresión e inmundicia. Salgamos a votar este domingo. Yo iré muy temprano a la casilla y lo haré con un libro de Gabriel Zaid en la mano.