El Recomendador
He aquí un melodrama ruso ingenioso y futurista que trata de robots cuyos fabricantes intentan que sean más humanos y mejores que el resto de nosotros, los que nos decimos humanos. Aunque no hay mucha música sentimental para apoyar el pleito conyugal por dos hijos, un adolescente y una niña encantadora, los protagonistas reúnen todas las condiciones que la Wikipedia asigna a un melodrama: “cualquier tipo de obra teatral, cinematográfica o literaria cuyos aspectos sentimentales, patéticos o lacrimógenos estén exagerados con la intención de provocar emociones en el público” (sic).
En efecto, al intercambio de emociones de la familia peleonera que se desintegra, se agrega la moda de lanzar a la venta robots que son creados, en primer lugar, para trabajar en las tareas más serviles propias del hogar, de las oficinas y de las fábricas y, por supuesto también, para servir de juguetes sexuales para que los ansiosos puedan masturbarse con ellos. En segundo y último lugar hay la pretensión de crear el robot perfecto que sustituya totalmente a los humanos: esto se llama transhumanismo.
Es desempacada una misteriosa y atractiva robot mujer y con un programa ingeniosísimo para servir a un solo amo. Pero, por un accidente, esa robot escapa de una compañía cuyo ambicioso y asesino gerente la encargó y luego trata de recuperarla. Por accidente, también, la hermosa robot contacta a una encantadora niña de seis años y se auto programa para servirla incondicional y tiernamente.
Desea la robot que los niños crezcan en una familia integrada y modelo que nunca se llega a dar. A partir de allí se desencadenan aventuras con asesinos, policías corruptos y una banda de liquidadores que trata de hacer desaparecer a todos los robots por ser una amenaza para el trabajo por ser perjudiciales y peligrosos. A partir de aquí se desarrolla la trama pero que, como es obvio, el crítico no revela más que su nudo, pero nunca el desenlace.
Lo que sí cabe mencionar son algunas incoherencias usuales en casi todas las telenovelas contemporáneas. Por ejemplo, la tontería y la insensibilidad caprichosa y arbitraria de asi todos los personajes con los que se aficiona uno en la serie. Se hace ver cómo los “humanos” despreciamos a esos pedazos de plástico que son computadoras inteligentes, a pesar de ser sumamente atentas y obedientes. Como hacemos actualmente los dueños de una computadora que jamás nos preguntamos: ¡¿Y por qué habría yo de agradecerle que trabaje para mí?! (Además, ni siente nada de lo que yo soy capaz de sentir).
Hermosas son las vistas de Moscú y las composiciones futuristas de cómo hay que imaginar a esos robots que intentan programarse para ser mejores que nosotros, aunque nosotros moralmente podamos ser muy egoístas e injustos. En el trasfondo hay una incomprensión del libre albedrío y de la libertad humana que no parecen tener ninguna dirección más que el capricho de innovar todo para entregar el mundo a las máquinas perfectas que han de gobernarlo todo. Es el famoso transhumanismo tan de moda. La producción inicial es de un canal estatal ruso que la vendió a Netflix.