Por Maru Lozano C.
Estamos en los primeros días en que nuestros hijos entran a la escuela y su inquietud o seguridad ¡está en nuestra cara! Cada hijo, a la edad que sea, experimentará cierta ansiedad. ¡Acuérdate cuando tú iniciabas clases!
Primero, resentirán los cambios en la rutina. Seguro llegarán a dormir en la tarde y en la noche se conectarán a las redes sociales o video-juegos; total que es tardado adaptarse al nuevo horario y actividades, quizá una semana.
En cuanto te vean o puedan enviarte mensaje, será para pedirte la lista extra de material. Aquí es cuando empieza tu reacción y presión. Escucha, de todos modos, lo tienes que adquirir. Solo pregunta para cuándo lo tienen que llevar antes de explotar o externar que ¡es demasiado!
Evita abrumar con preguntas y bombardearle su emoción. Es costumbre querer saber cómo les fue, qué hicieron durante el día, qué clases tuvieron, etc. Ahí tu hijo de secundaria o prepa puede ser cortante o simplemente contestar lo que le dio miedo, lo que representa un reto o no le gustó. No te desesperes ni te deprimas, es obvio que te responderán cosas como: “¡Ay! Ni pude comer nada en receso, todo carísimo”, “me pidieron una guitarra para mañana”, “el maestro de química dice que nadie saca nueve ni diez con él”, “el de matemáticas dijo que fuéramos ahorrando para el extraordinario”, “me bajaron a nivel básico en inglés y la maestra no sabe nada, ni pronuncia bien…”.
Igual si tu hijo es chiquito, a lo mejor te habla de las instalaciones o de otros compañeritos, no de los estudios.
Evita amenazar a tu hijo con las notas desde ese momento: “Pues acuérdate que, si no sacas buenas calificaciones, te despides del celular…”. Sería conveniente en la mesa, en otro momento, asentar expectativas, sin presionar y esperar a la primera emisión de resultados para tomar decisiones y poner límites. Solo enfatiza la importancia de la buena conducta y que esto es primordial. Tu hijo sabe perfectamente lo que debe y no debe hacer, pero como son chicos o adolescentes, hay que estar recordándoselos todo el tiempo.
Compren una agenda o en el celular que baje la aplicación para calendarizar sus tareas, exámenes, etc. Pocos tienen el hábito de organizarse, incluso los adultos y ya después de organizados, que lean lo que tienen que hacer anticipadamente.
Cuando estamos presionados por tanto gasto y nos afligimos en voz alta, los niños estarán tristes o agresivos. Los adolescentes sentirán culpa porque por su causa las finanzas van mal y se podrían desviar en comportamientos o hábitos nuevos poco favorables. ¡Aguas! Aquí es importante mostrar la realidad a los hijos, sin embargo, evitemos agobiarlos innecesariamente.
Recordemos también que es vital mantener buena comunicación con los profesores y autoridades escolares. Todos los adultos que rodean al hijo en la escuela desean su óptima formación, aunque también hay que estar abiertos a la posibilidad de que la institución elegida podría no ser la adecuada para su personalidad y alcances y, considerar apoyo adicional o un cambio, no estaría mal.
Recordemos entonces que nuestros gestos, palabras y actitudes, son el ejemplo que conforma la realidad de nuestros hijos.