Los pasos de fauna

Por Adriana Zapién y Valente Garcia de Quevedo

Uno de los grandes aciertos que tuvo el gobierno de los Estados Unidos es el establecimiento del Sistema de Parques Nacionales. Eso ayudó a proteger grandes reservas naturales administradas por un Servicio de Parques que en conjunto se consideran un tesoro nacional. El primero en entrar en ese esquema de protección fue el parque de Yellowstone en 1872 que no sólo fue el primer parque nacional de Estados Unidos sino de todo el mundo. Pero fue hasta 1933 que el presidente Franklin D. Roosevelt estableció el Sistema de Parques Nacionales para todo el conjunto.

Si tienen la oportunidad de visitar algunos, háganlo sin dudarlo pues los paisajes y lo que se encontraran los dejarán sin aliento, además de que el contacto con la naturaleza nos hace conscientes de la importancia de la protección.

Hace varios años Valente y yo decidimos tomar el auto y darle la vuelta al Gran Cañón recorriendo todos los parques nacionales que nos encontráramos en el camino a través de Nevada, Arizona y Utah, visitas que más adelante en otras entregas les relataremos. En esta ocasión platicaré de uno de los pasos de fauna que nos encontramos en el recorrido.

Los pasos de fauna o corredores ecológicos son respetados ante la modificación del hábitat natural de muchas especies, sobre todo cuando se trata de infraestructuras y se determinan en los estudios de impacto ambiental.

En el caso de los parques nacionales que cubren grandes extensiones había caminos que los atravesaban para poder visitarlos y que son cerrados por la noche por la migración nocturna de la fauna, como protección en dos sentidos: Respetar el tránsito natural de los animales y proteger a los visitantes de un accidente, ya que nadie quisiéramos que se nos atravesara un venado, un coyote, un lobo o cualquiera habitante del bosque en medio de la noche.

A pesar de la que la zona protegida trata de respetar el hábitat. El derecho a que las personas disfruten y transiten dentro de los parques ha hecho que los animales se acostumbren a la gente y lo mínimo que podemos hacer al verlos es quedarnos quietos para que no se asusten y sigan su camino. En ese viaje capté tantas imágenes de animales que parecía que sabían que los estaba fotografiando. Recuerdo una ardilla que en lugar de correr al verme, me enseñaba su piña de pino como una vanidosa modelo. Me miraba y luego llevaba su piña a la boca; estaba más asustada yo de que se sintiera agredida con mi presencia.

Lo más impactante fue ver como una manada de ciervos se acercó al camino y todos nos quedamos paralizados. Adelante venía el líder, que puso su pezuña sobre el pavimento y entonces entendimos que no era suficiente parar los autos, sino que debíamos apagar completamente los motores.

Una vez que todos los motores estaban apagados, el ciervo guía dejó de sentir la vibración y comenzó a cruzar. Atrás de él toda una gran manada se dio el lujo de cruzar el camino sin prisa, demostrando que eran los dueños del parque y que esa era su ruta.

Cruzaron lentamente como debería ser, pues los intrusos éramos nosotros. Uno a uno iban pasando y solo las madres con los bebés cruzaban en grupo y en medio de todos. Fue una de las escenas más impresionantes que duró aproximadamente 20 minutos hasta que el último ciervo cruzó.

Nunca nos tuvieron miedo, parecía que ellos sabían que estábamos ahí de paso y que reconocíamos que ese era su territorio.