Por Juan Manuel Hernández Niebla
“Morirme por ti es lo que me mantiene vivo”
Un tema de cada 14 de febrero, es el amor como la máxima sensación que puede experimentar el ser humano.
Científicos afirman existe una biología evolutiva que explica esa explosión de sentimientos que nos entusiasman y nos agobian, comparándolos con una droga.
Los poetas rechazan esa explicación, argumentando reducir el amor a un simple coctel de hormonas es un insulto, clasificándolo como una fuerza ciega e incontrolable, que no tiene ni necesita explicación.
Cuando el amor acaba, igual que una adicción, su dependencia emocional puede generar obsesión y depresión.
La dopamina y la serotonina son dos de los muchos neurotransmisores que se encuentran en nuestro sistema nervioso. La dopamina se conoce como el neurotransmisor del placer, mientras que la serotonina se asocia a la hormona de la felicidad.
En su explicación científica, entre muchos otros químicos, el amor libera dopamina y serotonina. Consecuentemente, cuando nos enamoramos, nos sentimos excitados, energéticos y felices.
Siendo la serotonina el neurotransmisor de la felicidad, actúa sobre las emociones y el estado de ánimo generando optimismo, buen humor y sociabilidad. En contraste, sus niveles bajos se asocian a la depresión y la obsesión, síntomas del desamor.
La atención romántica genera mayores niveles de serotonina, pero los problemas empiezan cuando el cerebro requiere más atención para generar más serotonina, generando demandas adicionales de atención en la pareja, o buscar nuevas relaciones. Es importante mencionar la autoestima juega un papel importante en este proceso.
Finalmente, la dopamina está relacionada con el placer, siendo el neurotransmisor fundamental en los juegos de azar, las drogas y el amor.
Cuando nos enamoramos, la dopamina se libera, haciéndonos sentir eufóricos y energéticos. Ese alguien se convierte en lo único en nuestra vida.
El amor promueve la reproducción, lo que provoca una gran cantidad de sustancias químicas que producen felicidad, motivándonos a recorrer el mundo con tal de estar con esa persona especial.
Estos neuroquímicos que se generan masivamente cuando nos enamoramos, con el tiempo, nuestro organismo genera tolerancia.
Esta tolerancia pudiera interpretarse como perdida de amor, pero simplemente nuestros receptores neuronales se acostumbraron al exceso de flujo químico, necesitando aumentar la dosis para sentir lo mismo. Como con las drogas, cuando el estímulo desaparece, genera desánimo y depresión.
Alternativamente, nuestros prejuicios, valores, experiencias y expectativas pueden afectar estos flujos químicos.
Adicionalmente, si los enamorados no siempre cumplen las expectativas, pudieran también generar en la pareja un estado de frustración.
Resumiendo, la razón debería estar por encima de estas banalidades biológicas, pero como los neuroquímicos de la felicidad generan bienestar al estar enamorados, el cerebro busca la forma de conseguir más.
Los neuroquímicos hacen su trabajo, y nosotros buscamos razones para explicar la locura de nuestras motivaciones.
Pero no importa cuánto neuroquímicos generemos, a la larga, el cerebro se habitúa al enamoramiento.
Consecuentemente, no debemos culparnos si el amor con la pareja no está como el primer día, hay que saber distinguir entre amor y enamoramiento.
El amor tiene que ver con las creencias y los valores, y el enamoramiento son una serie de reacciones químicas que nos hacen tener una percepción idílica de una persona.
Finalizo con una frase del psicólogo aleman Erich Fromm: “empezamos a amar cuando dejamos de estar enamorados”.