Por Adriana Zapién y Valente García de Quevedo
Pensando qué escribir esta semana les cuento que el pasado 24 de agosto según los historiadores se cumplirían 1944 años que hizo erupción el volcán Vesubio y que dejó sepultada la ciudad de Pompeya. El cálculo se hizo en base a los hallazgos arqueológico y a la descripción de Plinio el Joven suponiendo fue en el año 79 de esta era, la mañana siguiente de las fiestas de Vulcano, el dios Romano del fuego.
Aunque recientes hallazgos en excavaciones ponen en noviembre otra fecha estimada, en base a unas notas del pago de salarios encontradas en una pared de una vivienda que se cree estaba en remodelación, propiedad de una familia acaudalada. Como les conté, en enero me tocó visitar Pompeya y les cuento que lo fascinante de los hallazgos de los arqueólogos es que la capa de cenizas de 6 metros protegió las construcciones y gracias a eso podemos ver las pinturas originales de los interiores de las casas y edificios públicos que explican mucho.
En ese recorrido pudimos observar que era una ciudad próspera gracias al puerto y pudimos observar la diferencia entre las casas de los ricos nuevos y los ricos de alcurnia y parece que las cosas no han cambiado del todo en 2000 años; pues las casas de los ricos nuevos pueden identificarse porque querían presumir su riqueza y utilizaban mármol en las escalinatas de entrada a sus casas, contrario a los ricos de varias generaciones que preferían la sobriedad usando piedra común en las escalinatas, porque para ellos lo ostentoso a la vista pública era del mal gusto.
Sin embargo, ya en la intimidad del interior de sus casas, no escatimaban en diseño, tamaño y en el arte que decoraba el interior, tal como se ve en la llamada “Casa del Fauno”, que se estima fue construida alrededor del año 80 a.C. y hasta ahora es considerada como la casa más grande (3,000 m2) y cara descubierta en Pompeya. De ahí su importancia histórica, principalmente por sus valiosas obras de arte. Y precisamente de una de esas piezas quiero hablar y es de “El Mosaico de Alejandro” que representa la batalla de Issus entre Persia y Grecia enfrentando a Darío III de Persia y Alejandro Magno que está en la sala principal.
Este mosaico y su tamaño (5.13 x 2.72 metros) es una muestra del costo que pudo tener por el uso de la técnica conocida como “opus vermiculatum” y el fino y detallado trabajo del artista que lo elaboró ya que está hecho por aproximadamente 1.5 millones de pequeñas piezas cuadradas de cerámica vidriada de colores, llamadas teselas. Y se distingue por el detalle de las expresiones de cada personaje por la técnica y la combinación de los colores que permite formar cada figura y detalle de rostros con el manejo de sus tonalidades claras u obscuras para dar profundidad y perspectiva de tal manera que se pueden ver los rasgos de miedo y la devastación en rostro de Darío III ante el triunfo de Alejandro.
Solo alguien muy rico podría haber mandado a hacer una obra tan notable replicando una pintura que representa la misma batalla. Si bien el mosaico se encontró en excelentes condiciones, 2,000 años habían hecho estragos y faltan algunas partes por lo que para protegerlo se levantó y se trasladó al Museo Arqueológico de Nápoles y se dejó en la casa una réplica para evitar algún daño; de cualquier manera, ver cómo se encontró da mucho contexto.