La biblioteca y el jardín

Por Daniel Salinas Basave

Si cayera en la tentación de intentar recuperar el edén perdido de la infancia describiéndolo, diría que ese edén era un bosque de libros. Libros y jardín. Un jardín enorme, inacabable, profundo e infinito como mis fantasías, rodeando una casa cuyas paredes eran libreros atiborrados por la biblioteca de filosofía más grande que hay en este país. Afuera estaban las vías y el tren, como fantasma omnipresente, el Cerro de las Mitras y la Calle Río San Juan, al final del cual aguardaba, como la bestia al final del Océano, el aún virginal Río Santa Catarina, libre de carreteras y poblado aún por pastores y sus rebaños, caballos prófugos, coyotes y tlacuaches. El mundo era demasiado grande y misterioso, un lugar donde cabían demasiados duendes y una que otra bruja (había una que habitaba en la Quinta y transformaba a los intrusos en nopaleras).

Como si fuesen las piedras con inscripciones rúnicas de un pasado milenario, en casa conservo tres objetos provenientes de aquella infancia. Uno la evoca todos los días: es la casa de Río San Juan 103, dibujada por mi madre, que está en la pared superior de la escalera. Los otros dos, son un par de ejemplares prófugos de ese bosque de libros que me regaló mi abuelo cuando era niño. No me considero un amante del libro como objeto, pero a ese par de ejemplares no puedo menos que atesorarlos. Uno es un Quijote con pastas y estuche de cuero. Es una edición valenciana de 1969. En el estuche, tallado en el cuero, puede verse la imagen de Don Alonso velando sus armas en la venta de Juan Palomeque esperando el momento de ser armado caballero. En la portada del libro, aparece Don Quijote cabalgando un Rocinante furioso arremetiendo sobre el rebaño de ovejas que confundió con ejército. En la contraportada, puede verse a Don Quijote y a Sancho cabalgando sobre Clavileño rodeados por lunas y planetas. Con los ojos cerrados puedes seguir los contornos de los dibujos marcados en el cuero. Cada capítulo está ilustrado, pero no por Doré. El dibujante es un tal A. Ortells. Si toda mi biblioteca fuera a ser quemada como la de Alonso Quijano y tuviera que pedir clemencia para un libro, pediría clemencia para ese Quijote. El otro libro son obras de Dante, también encuadernadas en pastas de cuero, edición madrileña de 1956, Biblioteca de Autores Cristianos. En el libro de 1146 páginas y letra muy pequeña, viene La Divina Comedia, Vida Nueva, El Covite, La Monarquía, Sobre la lengua vulgar, Disputa sobre el agua y la tierra, Cartas, Eglogas, Rimas, además de un nada despreciable apéndice y una muy completa biografía de Dante.

El último libro que me regaló mi abuelo, fue Filosofía del Derecho de Recasens, el día 18 de mayo de 1996, fecha en que me gradué como licenciado en derecho. Tengo también algunos libros de su autoría, menos de una cuarta parte de sus obras completas, aunque sólo uno con dedicatoria: Meditación sobre la pena de muerte. En el arsenal son muchos más los recuerdos que los papeles.