Por Adriana Zapién y Valente García de Quevedo
Hoy les quiero contar lo que identifico como la avanzada de “El Camino” que más que un viaje a un destino, significa un viaje hacia el interior. Mi próximo viaje sería hacer lo que se conoce como “El Camino” a Santiago de Compostela en España, así que hace dos semanas madrugué para hacer senderismo en el conocido Rancho Casian. Comenzamos la aventura cuesta arriba en medio de un verde cerro lleno de flores de todos colores, producto de las pasadas lluvias.
A través de ese bello paisaje, aire fresco y la compañía de mis queridos amigos, sentía una mezcla de emoción y felicidad acentuado por las endorfinas del esfuerzo físico que implica la subida; llevábamos casi cuatro kilómetros cuando resbalé con la pierna izquierda y en cuanto caí sobre ésta, escuché un crujido que me hizo tomar conciencia de que algo se había roto pues me fue imposible caminar. En ese momento el dolor quedaba a un lado pues mi mayor preocupación era que estaba cuatro kilómetros arriba preguntándome ¿Cómo demonios iban a bajar en esas condiciones en un terreno complicado?
Sin duda mi confianza estaba en Dios y en mis amigos Galo y Kenia que harían todo lo posible en sacarme de ahí, pero como buena controladora de todo y con la personalidad de autosuficiencia que me caracteriza, no podía sacar de mi cabeza todos los problemas que les daría. “Tú no te preocupes, si tengo que traer un helicóptero para sacarte de aquí lo voy a traer” dijo mi querido amigo.
Lo que sucedió después de eso fue el símbolo más hermoso de solidaridad que me ha tocado vivir pues en mi vida me he enfocado en cuidar y siempre he dicho que tengo alma de cuidadora, por eso me es difícil aceptar ayuda cuando la necesito y eso era lo que necesitaba en ese momento: mucha ayuda.
Conforme pasaban los minutos iban llegando los senderistas, Gaby fue la primera y se sumó a cargarme para bajar lo más pronto e ir al hospital; después llegó Isaac, quien no titubeó ni un segundo en cargarme. De pronto poco a poco se sumaron más senderistas para ayudar a bajarme de la manera más segura que podían, en un terreno complicado corriendo ellos también el riesgo de caer; pero su mente estaba puesta en ayudar y llevarme a un lugar seguro.
Cada que recuerdo ese momento no puedo evitar derramar lágrimas de emoción, porque la solidaridad y humanidad emocionan y doblan el corazón. Mientras me bajaban del cerro trataba de distraerme agradeciéndoles por el gran esfuerzo que implicaba la hazaña y entre el dolor les contaba sobre lo que la antropóloga Margaret Mead decía sobre el primer signo de civilización con la aparición en excavaciones arqueológicas de un fémur fracturado y soldado, porque eso significaba que alguna persona se encargó de proteger a la persona cuya pierna se fracturó, la llevó a un lugar seguro, le proporcionó alimentos y todos los cuidados que requiere para su recuperación.
Los héroes que me rescataron llegaron a pensar que ya estaba delirando del dolor, pero lo que yo trataba de hacer es decirles que la atención que estaban teniendo conmigo era una acción de gran humanidad. Gracias a Galo, Kenia, Gaby, Isaac, Nacho, Elliot y a todos esos héroes de los que no tengo su nombre, mil gracias porque por ellos hoy estoy en casa recuperándome de una fractura de tibia en seis pedazos que requirió cirugía, una placa y diez tornillos. Gracias porque sin ellos mi camino al interior no seria tan hermoso.