Juarólatras y juarófobos 

Por Daniel Salinas Basave 

De haber vivido en 1857 yo habría sido liberal, de eso no tengo duda. La generación de la Constitución del 57 representa, a mi juicio, uno de los momentos cumbre de nuestra historia.

Pese a ello he sido siempre muy crítico con la figura de Juárez. Me cuesta trabajo soportar el abuso del bronce y las canonizaciones de asamblea que alcanzan su apoteosis cada 21 de marzo. Su condición de santo patrono de la historia oficial le ha hecho muchísimo daño a don Benito.

Más allá del controvertido Tratado McLane-Ocampo, del apoyo militar de los Estados Unidos y de su aferre obsesivo al poder (de lo que podríamos pasarnos días hablando) me sorprende la adaptación a posteriori que se ha hecho del mito de Juárez transformándolo en bandera indigenista por su origen, cuando el de Guelatao fue más bien un creyente radical del mestizaje, al que veía como el gran motor de la historia mexicana que acabaría por asimilar y fundir por igual en el progreso a indígenas y criollos.

Al final, la Ley de desamortización de bienes perjudicó tanto al clero católico como a las etnias. En esa ley, para no ir más lejos, está el origen de la guerra del Yaqui. Nada más ajeno al juarismo, por ejemplo, que el neozapatismo de Marcos, aunque la adaptación del mito tienda a colocarlos bajo una misma bandera.  

Francamente me gustaría que la memoria de Juárez dejara de ser una simple perorata de superación personal. Lo único que a medias machacan millones de niños mexicanos en la primaria es que un humilde pastorcito zapoteca llegó ser a presidente de la República. De mucho más no se habla. Repiten su frase y colorín colorado. La historia oficialista ha fallado, pues elevó a Juárez a dogma de fe, centró en él toda la fanfarria y el bronce y lo convirtió en una suerte de tótem incorruptible, negando todos sus errores, cuando para mí lo verdaderamente destacable e irrepetible es la generación liberal de 1857.

El único gabinete conformado por hombres austeros y cultos que ha gobernado México. Ojalá celebráramos al mismo nivel a José María Luis Mora, Valentín Gómez Farías, los pioneros del liberalismo, o a Melchor Ocampo, Miguel Lerdo, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez, Francisco Zarco, Ignacio Manuel Altamirano, Manuel Payno, Vicente Riva Palacio. Aunque cueste trabajo creerlo, algún día la República fue conducida por escritores, periodistas, científicos y poetas, todos ellos destacadísimos y adelantados a su época. 

Creo que Miguel Miramón, con toda su mojigatería católica a cuestas, fue un mejor ser humano que Juárez y que Maximiliano, a diferencia del de Guelatao, sí que era un verdadero librepensador.

¿Les parece contradictorio de mi parte? A mí no me parece. Si me declaro ateo desde hace más de 30 años es porque detesto los dogmas y Juárez nos fue impuesto como un evangelio por el sistema educativo priista. Un ser infalible, hierático, pétreo como un ídolo azteca.

La enseñanza oficialista no admitió sudor ni piel humana sobre el bronce. La perorata de asamblea patriotera debió ser aprendida de memoria, a chaleco, sin posibilidad de duda. Los masones lo defienden con el mismo fanatismo idólatra con que un numerario del opus dei defendería a Escrivá de Balaguer. Ahí no hay libertad de pensamiento; hay dogma y el dogma es el peor enemigo del librepensamiento.