Indios mugrosos

Por Guadalupe Rivemar

-Tu tienes que ser mía-le dijo el caporal a María que se le acercaba queriendo tocarla de manera obscena.  -Pero soy casada y tengo mis hijos,  tengo marido- le respondió ella, rejega.

-No me importa nada -insitió el hombre-  tu vas a ser mía aunque sea a la juerza-.

 

 Este no es un diálogo  copiado de una película del Indio Fernández, es la historia que  cuenta una indígena triqui  ante  un  micrófono  de Televisa,  en Playas de Tijuana,  junto al muro que marca la división de un país,  pero no de una causa, la de los trabajadores agrícolas de San Quintín que viajaron por los distintos municipios de la entidad y llegaron  hasta este punto simbólico para encontrarse con grupos de apoyo del sur de California.

Del otro lado del cerco,  desde  la otra playa y vigilados a cierta distancia por la Border Patrol, representantes de organismos  estudiantiles, de universidades y entre otros grupos, el Frente Indígena de  Organizaciones Binacionales, FIOB, y la Unión de Trabajadores Agrícolas que fundó el activista César Chávez, hicieron  patente su solidaridad con cientos de  jornaleros que hacen un recorrido por varias ciudades para hacerse escuchar  y  dar testimonio de primera mano  como el de María,  del  acoso sexual, el  sometimiento  y la explotación en la que viven.  Desde el otro lado,  les gritaban que no estaban solos en su lucha y que se sumaban a su movimiento.

Le pregunto a Isidro si los niños trabajan y me dice que ya no. Que van a unas escuelitas que han puesto los gringos y unos canadienses que los ayudan. Pero él si llegó  de su pueblo de Oaxaca a San Quintín a trabajar desde los 10 años. Ya tengo 43, me dice con la voz temblorosa, a punto del llanto y ya no aguanto  porque no me alcanza para nada y sigue diciendo: “me levanto desde  las cuatro de la mañana  y regreso hasta las ocho, las horas extras nos las pagan a diez  pesos.

No alcanza, no alcanza ni para la comer, menos para unos zapatos”. Indignado comenta, “nos dicen que somos unos indios mugrosos”.

A Moisés por otro lado, le preocupan sus compañeros que trabajan en el Rancho Los Pinos. “Los traen desde Oaxaca en camiones,  llegan a  una especie de campamento y  viven como esclavos;  no los dejaron salir, hay gente de seguridad y hasta del ejército afuera del campamento, los tienen amenazados”,  denuncia mientras se dirige hacia los camiones donde  los esperan sus compañeros con algunas botellas de agua.  Dice también que no hay gobierno en San Quintín y están en manos de los empresarios, en tierra de nadie.

Entonces me acuerdo de los dramas de las viejas películas mexicanas, pienso en La Rebelión de los Colgados y muchas otras que muestran la explotación del indio en manos de los ricos, amparados por los gobernantes.  Así andan viajando estos hombres y mujeres,  contando sus historias para que se repitan,   haciéndose  escuchar, esperando una  respuesta. Y aquí repito lo que cuenta  María, Isidro y Moisés.