Por Ana Celia Pérez Jiménez
No estamos preparados para la vida que no hemos vivido, eso siempre, eso en definitiva, porque todo lo vemos de cierta forma lineal, de una manera tanto predecible y al mismo tiempo arrogante por sentirnos sabios y videntes.
Y se hace necesario el contraste, salir de la experiencia, ver otros mundos, otras ideas, otras culturas, adentrarnos en otras vidas para poder darnos cuenta de lo que es la nuestra vida, si tal vez con la comparación, denotar las diferencias, ver y darnos cuenta de aquello que el otro siente, lo que le aqueja, lastima y da goce, saber de sus rutinas, tradiciones, olores y amores.
Quizá cuando uno solo sabe de uno mismo o bueno, cuando creemos hacerlo, no nos damos cuenta con claridad lo que tenemos, lo que hay, lo que se carece. Se necesita una tonalidad algo diferente, ese límite, esa línea, el otro para dejar de ver el blanco sobre blanco, el negro sobre el negro y notar que hay más allá de nuestra página, de nuestro hogar, formas y tradiciones asomarnos por la ventana del límite propio.
Lo que encontraremos es tal vez no solo un mundo como antes delimite sino un universo, un universo de diferencias que te harán sentir parte de, un punto de, un colectivo de; te hará sentirte vivo, bendecido, agradecido y estarás alerta, te darás cuenta de lo que fuiste de lo que eres, y de todas las personas y la historia que se necesitaba para dar tu resultado, sea como sea que lo califiques.
Por eso tantos mueren por su boca, por sus ideales, por la estrechez de ideas, vivieron y solo vivieron en una, que triste aquel que no se da la oportunidad de conocer lo diferente porque al mismo tiempo no reconoce lo diferente en el mismo, que triste aquel que se limita a lo propio, al singular y deja todo lo demás y las otras conjugaciones fuera, con sus alegres acentos y adorables reglas.
No invitas ni te invitas, no convidas y te quitas. El mundo lo hacen tantos, como conexiones neuronales, nos debemos de comunicar, hacer saber conocer del otro, sino olvidaremos todo, lo que somos fuimos y la historia y ahí parte el mar de la ira, de la diferencia por no reconocerse como uno, el principio de todo.