Por Ana Celia Pérez Jiménez
Es con gusto que cierro este ciclo, ciclo en el que comencé sin mucha idea de lo que pensaba compartir o escribir, a decir verdad nunca terminé de pulir aquello que pensaba compartir, solo fue sucediendo, pasando y al mismo tiempo mi vida, mi pensamiento, cuestiones, repeticiones y cambios.
No todo ha hecho sentido tal vez en mis columnas y en mi vida, pero si me alejo un poco para dar perspectiva todo se conecta, como dicen de manera trillada por ahí, y al final hizo un sentido o tal vez dos.
Ha sido un honor el tiempo en que me han leído, que han pasado sus ojos línea por línea entre mis palabras las cuales brotaban del impulso de expresar, del purgar, del divagar, de esa urgencia de no guardar silencio en un sentido metafórico. Y gracias, gracias por los mensajes, por mi espacio, por dejarme ser en expresión, este árbol creció y dio frutos, ahora siento que debo reposar un poco en su sombra, en sus temporadas, no por cansancio sino por necesidad de explorar otras formas en mí y en expresión.
En palabras se vive, se navega, y te extiendes más allá de tu cuerpo, de un tiempo, entre sentimientos y sus confusiones, a momentos con el mapa certero y preciso, en otros en un laberinto, como telaraña que quiere atrapar algo, devorar, o sencillamente quiere mostrar una habilidad.
Dejé en tantas columnas retratado un capítulo de mi vida, una definición de mi pensar, una página, un día, una persona, ahí congele el tiempo, la historia, escenas y memorias, me fue lindo compartir, es una maravilla poder traducir desde la percepción de uno, aunque a veces no siempre se me comprenda.
Las palabras son el camino, el paso, el motivo, el contexto y mucho más, pero deseo delimitarlas un poco para no viajarme como siempre lo hago. No diré que no hay más que decir, porque el decir es eterno como la expresión, como lo que brota y la erupción. Las palabras retienen, contienen y transportan, hoy me voy en una pauta, en un espacio entre párrafo y párrafo, mientras por un tiempo contemplare una cuartilla.
