Ese día llevaba mi mascada azul

Por Ana Celia Pérez Jiménez

Espero que mi constante confusión no confunda mi propósito, que mi desánimo no termine deprimiendo mis textos, que la falta de lujo no me vista de tapiz sobre la arena, mis bolsillos siempre están llenos de preguntas, mi mente de caminos y mundo.

La gente me provoca tanto, el observar la vida me llena de historias, enamora a mis ojos, lloro con la emoción, lloro con el sentir, porque el llanto es algo muy bonito, es el puño y letra del alma. Frente al aparador de una tienda pude recordar y sentir añoranza, extrañar amores, extrañar olores, extrañar lugares, extrañar familia y allí parada entre un ventanal y un rayo de sol a mi espalda me sentí viva y llena de los que fueron, parte de todo lo que fue y es, sentí el propósito del adiós y la muerte, sentí mis piernas y mis rodillas, sentí la presencia de esa vieja amiga la soledad, que belleza y que alegría.

Un respiro me hizo seguir mi camino pero con el pecho lleno de mis muertos, de mis recuerdos, como una gran nube dentro de mí; pero no sentí dolor de ese que lastima, sentí de ese dolor que te recuerda la vida, que te recuerda el olvido, que te recuerda la mesa de la abuela, el abrazo de un amor perdido, la primera cita, el primer beso, la primera carta de romance recibida, mi rostro a mis 15, el cuerpo de mis 20 y en cada paso mi alrededor se volvía bosquejo, escenografía de relleno, personas sin rostro, era mi sentimiento que estaba matizando todo y marcaba la coreografía, cambiando todo y yo perdida ahí en un lugar tan lleno, yo tan llena de mí y de ellos, la melancolía es un estado divino que confunde los tiempos. 

Cada vez quiero más, sufro más y no tengo absolutamente ningún problema con ello; ya le quite la máscara de mito al cielo y al infierno, todo es válido, que todo llegue, que todo me envuelva, quiero y me gusta sentirlo todo, agonizar en lo que siento, llorar ante una foto, perderme en la ventana de mi cuarto con la vista el cielo, esperando un regreso, extrañando una voz, tomar dos botellas de vino un martes a mediodía solo porque puedo, porque soy persona “adulta” y después de cierta edad se nos permite todo. No le tengo miedo a esto que se llama vida, no la tengo hecha, no la tengo definida, ni ganada, pero yo no vine a eso; soy una vagabunda del mundo, que solo quiere en cada parpadear respirar el paisaje, en cada latir expandirse en esta esfera que no deja de danzar, en cada fecha recordar, en cada aniversario celebrar; me gusta la vida, amo la muerte. Estar viva, estar viva es esto y también aquello, con lo que coincido y lo que debato, con lo erróneo mío y la certeza tuya, con lectores, sin palabras, en blanco, con miedo a nada, en espera de todo, con el amor a mi brazo… y aquí olvidé, como siempre, como a veces como este texto terminaba (volví a recostarme en la cama).