Después de treinta y dos años de la desaparición de la niña Azaria, la justicia australiana resolvió el caso, por fin. Este escándalo provocó que se escribiera un libro y se filmara la película que hoy recomendamos, soberbiamente actuada por Meryl Streep, Sam Neill y Bruce Myles.
Meryl es la actriz más sensacional del cine norteamericano, sus actuaciones han dejado huella en el cine mundial. En este caso, una esposa que sufre años en prisión injusta, acusada de haber asesinado a su hijita, de unos meses de nacida. Lo que ocurrió en la realidad es algo muy distinto. Después de muchos peritajes, aparece un suéter como prueba definitiva que da un vuelco inesperado al asunto. Nunca hubo pruebas suficientes para condenar.
Se trata de un caso ejemplar de cómo se equivoca la justicia humana. Pasión, ignorancia, sensacionalismo de los medios y prejuicios, son la causa. Ni la indignación pasional, ni las fobias ni el fundamentalismo que desvirtúa a la religión y la toma como pretexto para hacer linchamientos morales son buenos consejeros.
Y si es un jurado popular el que decide, nunca faltan aquellos que sugestionan al jurado hasta llevarlos a dictar una sentencia tan cruel y absurda como la que condenó a una joven señora, con dos niños y encinta de una tercera. El esposo no pudo resistir esta adversidad.
La película mantiene su actualidad; está disponible en el You Tube, y en los programas y empresas de alquiler.
Podríamos trasladar esta discusión al México plagado de crímenes indignantes. ¿Quién no ha discutido sobre los derechos humanos? Este Recomendador preguntaba a sus alumnos acerca de lo que son derechos humanos (todos ellos fundados en la infinita dignidad del hombre), ¿qué harían si capturaran a un secuestrador de alguien de su familia, en peligro de ser asesinado? Muchos caían en la tentación de decirme:
-¡No profesor, en ese caso “se suspenden los derechos humanos”!- O bien, -Tales derechos no son para los delincuentes, sino sólo para los inocentes. ¡Que no ve usted que hay tanta impunidad y sueltan a los delincuentes!- Acaso, profesor, ¿usted no cortaría en pedacitos y herviría en aceite a quien tuviera secuestrada a su mamá y no quisiera decirle donde la tiene, y evitar así su asesinato?
No es nada fácil afirmar, frente a las debilidades que todos tenemos, que la dignidad humana es infinita y que los derechos humanos son para todos y deben respetarse siempre. Que sólo es justo que alguien pierda su libertad, si se le ha probado plenamente un delito que merezca prisión. Pero que, aún en la prisión, el preso sigue siendo una persona y conserva sus demás derechos.
En un juicio todos tenemos la presunción de ser inocentes, mientras no se nos pruebe, con certeza, que somos culpables. Por eso las acusaciones deben probarse muy bien.
¡Opongámonos a que los medios quieran desterrar la prudencia y la equidad en los procesos penales! Los jueces no deben basarse en lo que “opinamos todos” ¡Digamos un no enérgico a que inocentes sufran cárcel porque es esa la más cruel de las injusticias!