Por Ana Celia Pérez Jiménez
La vida como un proceso de reciclaje, y nosotros en el viene y va. Una danza sin pareja, una mañana sin café, una calle sin banqueta, todo tan fuera de lugar, tan diferente, amanecimos y nos cambiaron la matrix, me digo a mí misma en mi esplendoroso diálogo interno.
Así me siento desde el inicio de año entre dolor, expectativa, pérdida, esperanza, rebotando como niña en un brincolín esperando ver el horizonte, el mañana que arrogantemente pensamos prometido y cumplido y sé que se puede ir, quebrar como esa porcelana que dejó de ser en la mesa de sala de la casa de mis papás allá por el 98.
Mi ansiedad y miedo subiendo al tope que me hace arder la cabeza que con dos pastillas calmo, siento que me he subido a la moda de las respiraciones rápidas y el exceso de futuro o tal vez soy yo sencillamente encontrándole nombre a las cosas, porque las leí, me las narraron, me las describieron y me identifique.
Los días pasan y pasan, sin pausa o clemencia, la vida es justa e injusta pero lo es para todos, no me quejo de lo que me achaca o lastima, sé que hay más dolor afuera, hay heridas más grandes, pero esta es la mía y también puedo y debo hablar de ella.
Cuando entro a la ducha, como muchos otros entró en un diálogo más fuerte conmigo misma y lucho por el derecho de sentir lo que siento, sin minimizarlo, justificarlo, pienso que es natural y es parte de algún proceso, que ese si debo identificar, pero no me gusta usar mucho la palabra “deber”. Y regreso al miedo, ese que comentaba, últimamente lo traigo como una segunda piel, como el mismo cubrebocas y no salgo sin él.
Pensé que lo había dejado en un capítulo pasado, en un mes anterior, en un año caducado, pero no, sigue aquí, latiente, con nuevos adjetivos, renovado y con un menú más largo. Está y lo reconozco, pero también soy yo, no en él ni él en mí, pero estamos, ¿que saldrá de esta relación y de este nuevo año?, no lo sé, no sé incluso si lo iré a terminar, lo surreal de la broma de la vida me alcanza, pero también escucho su seriedad y reclamo de lo eterno.
No todos los días se traducen y tal vez los tiempos. Paro y me recuerdo que tengo que respirar, frenarme y quedarme quieta a observar algo, me enfoco en la reja de la terraza que azota con el viento.