Por Ana Celia Pérez Jiménez
No sé qué podría ser sin todo esto que me contiene, desde las moléculas, mis poros, mis uñas, los espacios restantes entre mis dedos.
No sé qué sería de mi persona sin toda la memoria que me llena, la constante y la que llega como cometas cada cierto tiempo; no sé qué sería de mí sin mis culpas, mis alegrías. Cómo sería mi rostro si no hubiera sonreído las veces que lo he hecho y cómo se vería sin haber llorado las veces que lo hice, en verdad no me imagino.
Supongo que todos los sucesos y teorías que entran y han pasado por mi vida y atravesado mi cuerpo han creado una huella, un rastro, una arruga tal vez, un rastro que justo ahí es el cuenco, el arroyo por donde se fue mi lagrima, mi suspiro o por donde mi rostro se volvía aerodinámico.
Reconozco mis cicatrices que esas son un poco más fuertes, como un rayo que llega y lo parte todo y lo deja ahí para que recuerdes los sucesos, pero hay tanto que no sé si pasó como en India alguna vez me contaron, que son los sucesos los que te van modificando las huellas dactilares, pero me pregunto si hablaron de los pies o de las manos y si es así de todas formas no tendría idea.
Me pregunto si las personas en mi vida dejaron rastro de manera palpable o sólo habitan mi espacio mental, de la imaginación y compartimento de sueños, donde andan vagando, me repiten conversaciones, otras se las inventa, unos me atormentan, otros me acechan como fantasmas que nunca lograron su cometido.
Pero si es así, ¿entonces era que yo habito el espacio de otros?, ¿que yo modifique un rostro con el pasar de los años?, ¿el acto de alguien?, ¿el sueño de alguien, será recíproca así la vida, las huellas y el paso del tiempo?
Imagino que sí y si lo refuerzo con el tiempo se volverá creencia que si le tengo mucha fe será mi realidad y que si la comparto tanto se volverá una realidad colectiva, pero todavía ahí no sé si todo eso será verdad.