Por Juan Manuel Hernández Niebla
“La resolución está indisolublemente vinculada con la precaución”
Como seres humanos, queremos tener control de nuestras vidas; tratando, consiente o inconscientemente, de conseguir lo que anhelamos, a menudo utilizando estrategias, que por ser lineales y reactivas, son desviadas o rotas por nuestras emociones.
Tendemos a ver lo más cercano en nuestro entorno, tomando en consecuencia la ruta más directa, tratando de ganar, en el inter, la mayor cantidad de batallas. Razonamos y planeamos para lograr una meta, pero al calor de la acción, perdemos perspectiva, cediendo a nuestras emociones. Enfocamos nuestro esfuerzo a buscar lo que queremos, sin pensar si es verdaderamente necesario, y las consecuencias de obtenerlo.
Para convertirte en estratega de tu vida, debes primero establecer tus metas, descifrar tu laberinto personal, determinando tu destino, y la dirección en la que tus habilidades y talentos pueden llevarte; dominando siempre tus emociones, aprendiendo a pensar por adelantado, siempre manteniendo tu curso.
El verdadero estratega de la vida tiene la capacidad de analizarse tanto a sí mismo como a los demás. Tiene la capacidad de comprender y aprender del pasado, siempre con un claro sentido del futuro. Esta visión le permite ejecutar planes a largo plazo, con la capacidad de llegar a la raíz de los problemas que se presenten, dando limpiamente en el blanco.
Tomar control de tu destino no implica años de estudio ni una transformación total de tu personalidad, simplemente significa el uso efectivo de tu mente, tu racionalidad y tu visión, a través de tres principios esenciales:
Concéntrate en tu mayor meta: tu destino. El primer paso es comenzar con una clara y detallada idea de tu plan de vida. Siempre recuerda que no es lo mismo metas que deseos. Nuestras emociones nos contaminan con deseos vagos, mismos que desbalancean nuestros planes. Debes concentrarte en tu meta día a día, y analizar en qué consiste alcanzarla. Por ley humana, visualizarla de esa manera la convertirá en una profecía que se cumplirá por sí sola.
Con objetivos claros y a largo plazo, las decisiones importantes se vuelven más fáciles de tomar. En esta perspectiva, sabrás cuando sacrificar recursos, e incluso cuando perder una batalla si esto sirve a tu propósito final.
Amplia tu perspectiva. La gran estrategia está en función de tu visión, de ver más allá en tiempo y en espacio que tu adversario. Este proceso de previsión es antinatural: los humanos sólo podemos vivir en el presente. Consecuentemente, el ámbito de nuestra conciencia, aunado a nuestras experiencias y deseos subjetivos, tienden a reducir el alcance de nuestra visión.
Esfuérzate en ampliar tu visión, en entender mejor el mundo que te rodea, a ver las cosas como son y podrían ser en el futuro, no como te gustaría que fueran. Todo acontecimiento tiene una razón, una cadena causal de relaciones que lo hacen suceder. Tienes que aprender a cavar hondo en esa realidad, evitando ver sólo la superficie de las cosas. Entre más objetivo seas, mejores serán tus estrategias y más fácil el camino a tu meta.
Entiende el problema y córtalo de raíz. En una sociedad dominada por las apariencias y el estatus quo, la verdadera fuente de un problema es a veces difícil de advertir. Para solucionar un problema, analízalo, segrégalo, sin confundir apariencia con realidad. Descubre la raíz del problema y podrás encontrar la estrategia para cortarla, solucionándolo de forma concluyente. Aprende a identificar los peligros cuando empiezan a brotar, eliminándolos antes de que se vuelvan demasiado grandes.
Finalmente, cuando algo sale mal, es propio de la naturaleza humana culpar a otros por los desatinos. Si algo anda mal, atribúyelo a una falta de visión. Esto significa que tú eres en gran medida el causante de todo lo malo que te pasa. Consecuentemente, mira profundamente dentro de ti, no en forma emocional, para culparte o ceder a tus sentimientos de culpa, sino para asegurarte que aplicaras la solución con paso firme y visión más amplia.