Por Maru Lozano Carbonell
Leyendo las publicaciones de universitarios ahora recién que cumplimos una semana de haber regresado a clases presenciales, notamos una gran confusión, depresión y ansiedad en ellos.
Muchos eran los estudiantes posteando que se sienten “abrumados”, que el tráfico, el transporte que no pasa, muchos pero muchos comentaron que chocaron, es decir, perdieron cierta costumbre y la habilidad apenas se está retomando. Ya no son avatares, ahora tienen que jugar en realidad.
Dicen estar abrumados encerrados en un salón con cuarenta personas más. Que los maestros son poco empáticos, que los atiborraron de exámenes porque la época de regreso presencial coincidió. Todos en sus comentarios públicos piden “empatía”.
De por sí, un universitario está tenso, muerto de miedo y temblando como hojita de papel porque tiene que lidiar con el trabajo, la familia, los compromisos económicos, el traslado, cumplir en tiempo y forma y además, con el fracaso académico.
Todo esto indica “separación”. Estamos regresando de la pandemia y esto suma a la ansiedad usual que de repente sienten los estudiantes. Algunos enfermos, mal alimentados, con secuelas de pérdidas afectivas importantes… ¡Sienten que no la arman! Para acabar, la burla porque en la mayoría de las situaciones, los docentes están cien por ciento dejados a su criterio personal y la mayoría optó por pensar en dizque manejar sus cátedras “híbridas”. Algunos clases presenciales, otros no. Entonces los alumnos pagan un dineral en transporte para tener una o dos clases a horas no seguidas y tener que correr o buscar o gastar en algún sitio para tomar clases en línea con aquellos maestros que así lo exigen.
Más estrés porque varios toman clase desde sus celulares y “tienen falta o puntos menos” donde no participen. ¿Algún maestro ha dado tres o cuatro horas clase con sus datos en un dispositivo móvil? Por supuesto que no, asigna trabajo y cancela la video-llamada por problemas técnicos. ¿Dónde quedó la empatía con los alumnos?
Es de agradecer a aquellos docentes que son bellísimos, pero está claro que nuestro sistema mexicano no da las herramientas a los estudiantes, no los alimenta, no los transporta… al maestro tampoco. Esta vida es difícil y más aún entender que un alumno se estresa por estar con demasiada gente y con demasiadas cosas en su cabeza.
Ahora tienen que estar sentados mucho tiempo, ahora tienen que vestirse y oler bien, ahora tienen que buscar cómo y dónde cargar sus dispositivos todo el día, ahora hay que apartar dinero para moverse. ¿Alguien instruyó a los maestros para recibir con dinámicas especiales o para tratar alumnos con necesidades educativas especiales? ¿Será que el maestro también se abruma al entrar a un mega-salón lleno de gente, donde ahora no tiene los recursos tecnológicos listos habiendo que llenar una hora entera de clase?
Quizá pasitos cortos, tiempos pequeños, temas específicos y trabajo en binas o triadas en los jardines. No es un “échale ganas”, es “aquí estoy para lo que necesites”. Nunca les digas: “lo tienes todo… piensa en tu familia… deberías estar agradecido… no tienes motivos para estar así…”. Mejor dile: “¿Hay algo que quisieras charlar conmigo? ¿Qué puedo hacer para ayudarte? No representas una carga para mí… no es tu culpa sentirte así…”. Como docente, habla con tus superiores y que Psicología se encargue. Canaliza, acompaña, míralos a los ojos, porque aunque no podemos ir de puntitas, sí podemos ser delicados. ¿No lo crees así?