Por David Saúl Guakil
Los tristes hechos ocurridos en Las Vegas, hace poco más de una semana, nos remite otra vez a la famosa discusión sobre la adquisición indiscriminada de armas en el vecino país del norte, donde es más fácil comprar una metralleta que una botella de alcohol.
Hasta ahí el problema sería exclusivamente de los norteamericanos y su conocida segunda enmienda constitucional, pero todos sabemos que no es así, porque la desgracia armada traspasa fronteras y es nuestro país uno de sus principales clientes. Alguien dijo en México, con sobrada razón, que “ellos ponen las armas y nosotros los muertos’, este negocio lucrativo de cientos de millones de dólares parece no tener fin y nadie –todavía- le ha puesto un freno verdadero, nos perdimos en discursos estériles, igual de condenatorios que pueriles, pero seguimos siendo testigos de violencia inusitada en el Estado de Baja California y en todo nuestro país, donde las armas tienen libre tránsito en manos de la delincuencia organizada, con el peligro latente que ello implica para todos los ciudadanos.
No pasa un solo día donde no haya noticias alarmantes sobre el crecimiento de la violencia en todo México y nosotros no somos la excepción de la regla -ojalá lo fuéramos-, nuestra frontera sigue infectada de hechos delictivos que intranquilizan y no dejan que la sociedad viva en plenitud, porque nadie puede ir a su chamba, circular libremente o pasear con su familia, sin la preocupación constante de un asalto, robo, o crimen que lo anden amenazando, privilegiando siempre los cuidados extremos.
En la inteligencia y comprensión que somos una línea fronteriza complicada por razones que todos conocemos, como son el crecimiento poblacional desmedido, proveniente de compatriotas repatriados de los Estados Unidos y otras personas que llegan de todo el territorio nacional e ingresan diariamente a nuestra localidad en la búsqueda de oportunidades, esa mejor vida que todo mexicano merece, si a esto agregamos la generosidad de nuestros municipios para albergar a gente de muchos lugares del continente americano, nos encontramos con un panorama de reacomodo poblacional difícil de resolver en el corto plazo.
Sin embargo, estos connacionales, más la gente extranjera que llega, me atrevo a decir que en su mayoría, poco tienen que ver con la violencia, porque son personas trabajadoras que buscan mejorar sus vidas y no se dedican a otras actividades.
La violencia y la inseguridad vienen de otro lado y son las autoridades en turno que deben ponerle un ‘hasta aquí’, porque al igual que el tráfico incontrolado de las armas, el ámbito violento en que vivimos debemos superarlo con medidas tajantes y apropiadas al momento.
Todos los días estoy en contacto con la gente y en la calle -me aburren los encierros de escritorio-, y es opinión generalizada de las personas, que están cansados de oír una excusa tras otra y ver como se pasan la bolita, o el problema, sin que se avizore una solución por lo menos palpable, gobierno tras gobierno, mientras la violencia gana las calles entorpeciendo el ritmo de ciudades dinámicas como la nuestra, donde el único deseo es continuar trabajando y creciendo para forjar un mejor futuro a sus familias, nada más, ¿piden mucho?